Los olvidos se nutren de la indolencia, no de razones. Solapan la verdad o directamente la borran. El Skal de Marbella presentó hace más de un año, un proyecto de gran interés para la ciudad que aportaría, aparte de un inequívoco beneficio turístico, económico y medioambiental, un homenaje a quien en la época de los visionarios, a principios del siglo pasado, Ramiro Campos Turmo, lo esbozó. Fue preclaro en descubrir la potencia turística de esta ciudad y su entorno, donde enalteció su imagen en varias publicaciones, con el marchamo de ‘Costa Bella’, que él bautizó como ‘La Riviera Española’.
Tuvo un sueño. Pero se quedó empolvado. Deberíamos rescatarlo tanto por su entidad medio ambiental, como por su innegable impacto mediático y turístico. Trataba de promover el jardín de España en Marbella. En estos tiempos donde los vituperios a la ciudad son costumbre cuando no deporte nacional, enaltecer algo que la hahecho famosa: su microclima, capaz de crear el vergel que es, más allá de su infraestructura hotelera, de su propia traza urbana y de sus gentes, que la hacen un lugar único en Europa, la creación de este jardín tendría una gran repercusión.
La idea original procede de Carlos Cuevas, que lo conoció y lo reivindica como realmente el pionero de esta tierra. Consiste en difundir la beldad de Marbella como paisaje reivindica como realmente el pionero de esta tierra. Consiste en difundir la beldad de Marbella como paisaje irrepetible y centrarse en el medio ambiente. La creación del parque quedó esbozada por Ramiro Campos Turmo en un opúsculo publicado en 1929 y que se titulaba “El jardín de España en Marbella” (por cierto costaba una peseta).
Estribaba en pedir a cada provincia española que enviara varios ejemplares de su árbol, o árboles, más representativos para conformar este jardín botánico tan particular y único en Europa (quizá en el mundo).
Demostraríamos fehacientemente que en Marbella pueden crecer todo tipo de especies arbóreas, leñosas, tropicales, nórdicas, asiáticas, más allá de arbustos o plantas que nos son más cercanas. No por ello menos señeras. Marbella, jardín de España.
Contaríamos con un área verde única y muy didáctica. El costo sería realmente escaso para la entidad y proyección del parque. Campos Turmo lo imaginó en el camino de Istán de sus tiempos, inicios del XX. Un recorrido largo entre Marbella y Ronda, pasando por Istán, de difícil accesibilidad para niños y mayores, o duro hasta para expertos senderistas. Hablamos de más de 60 kilómetros de sendas y pistas forestales.
Había que pulir la idea y se propuso como lugar ideal Puerto Rico. La razón, sencilla: especies como el tejo, el castaño, las hayas, o robles, por citar algunas, necesitan condiciones de suelo, altura, humedad y radicación, que harían inviable su crecimiento casi a nivel del mar. De hecho, la existencia de pinsapos, ya en la zona de Ojén o Estepona, es casi milagrosa botánicamente hablando.
El camino propuesto en esta ‘reconversión’, completo, no llega a ocho kilómetros y puede hacerse perfectamente en poco más de tres horas, a ritmo contemplativo. En la parte más cercana, Puente Palos, donde ya existe un pinar de repoblación, se crearía la base sustancial del parque con las especies mediterráneas, caso de olivos, algarrobos, encinas, acebuches, palmeras, reunidas en áreas temáticas donde podrían incluirse especies foráneas, caso de la araucaria y otras tropicales que crecen muy bien también, además de una panoplia de distintos tipos de pinos u otras especies de gran raigambre en toda el área. Sería el centro de interpretación.
El resto de las especies de porte jalonarían el sendero hacia el collado de Juanar. Doble efecto, porque recuperaríamos una senda de enorme significado sentimental para Marbella, ya sea por la gira por la Cruz de Mayo al Pico de Juanar, una tradición inveterada, o por el tostón que se celebra por Todos los Santos, o las numerosas repoblaciones efectuadas por la asociación ecologista Pinsapo.
Es más, se podría ampliar abajo a otro tipo de especies que han prendido aquí procedentes de lugares bien lejanos y que pueblan nuestros jardines. De todos es conocido que los plátanos de La Alameda provienen de Filipinas. Un paso más podría consistir en sumar especies de todo el mundo. Árboles que constituyen un patrimonio (nada inmaterial, sino verde) de la Humanidad.
El tratamiento sería simple, con un espacio de decoración digna y esmerada, pero de tipo rústico, y con unos coquetos carteles indicadores e informadores de cada especie, a modo de tantos otros jardines botánicos. Pero no como museo inmóvil, sino con otro concepto más vivo, anclado a un terruño transitado.
Se debería asimismo, como en las campañas de repoblación llevadas a cabo por Pinsapo, como ya relatamos, implicar a los ciudadanos y sobre todo a los más pequeños en la creación de un entorno que ya de por sí es maravilloso. No parece que sea costoso ni difícil conseguirlo, ni para plantar árboles en la senda que ya es terreno forestal y reserva de caza, ni para conseguir los permisos, ni tampoco para obtener un asesoramiento técnico adecuado que indique donde, a qué alturas, qué tamaño deberían tener los ejemplares, o de qué forma deberían ser plantados y resguardados los árboles.
El proyecto cuenta con la colaboración y asesoramiento del catedrático de Biología Vegetal de la Universidad de Málaga, Baltasar Cabezudo y su equipo, que ha calibrado la idoneidad de la idea.
Tiene además la ventaja de estar bien cercano a la población, que es conocido y frecuentado, y accesible tanto desde la zona de La Montúa como, en su término ojento, por el Refugio de Juanar. La ONU declaró 2011, antes de cuando se presentó la propuesta, Año Internacional de los Bosques. Del consistorio se limitaron a mandar, meses después, tiempo ha llovido, una carta de la alcaldesa de apoyo a la idea. Ordenaba desarrollarla y estudiarla. Hasta ahora, nada de nada. Don Ramiro sigue en el anonimato y su sueño en quimera mientras que ya alfombran las rotondas con césped artificial. Marbella avanza. ¿Hacia donde?