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Eclipse

Miguel Nieto   Marbella
Fecha: 14-01-2013 - 00h00
Modif.: 14-01-2013 - 08h57
Publicado por: Miguel Nieto
Enlace completo: https://bering.worldofgalina.com/?articulo=Eclipse&cod=1298



Savarito, que iba a sacar a sus cabras del aprisco, donde dormitaba junto a ellas y le daban cariño y calor no daba crédito. No salía de su asombro. Hora de amanecer pero no salía el que tenía que salir. Invierno. Hacía frío, hasta las cabras lo notaban y se desmandaban. Faltaba el sol. Miró el Zaragozano, aunque lo tenía tatuado en la memoria. No cuadraba; 'Cosa de Dios', pensó.
Aquel amanecer Savarito esperó la luz pero no llegaba. No la hubo.
El sol no se asomaba. La aguardó paciente al lado de su rebaño nada paciente. Pero el cielo seguía negro, como si lo hubieran embreado. Esperó, largo tiempo, pero sus pupilas se pusieron negras como el cielo, cuando la felicidad de cada día las solía transformar en verde. Ni hizo caso. El corazón latió primero desaforado, lo tumbó y, luego, se paró. El cielo no se dejo caer, ni ver, ni dar la luz cítrica de cada día.
Tarde. Reventó de pena mientras que 'clarita', la cabra de sus entretelas, le daba lametones para reanimarle ante tanto asfalto celestial. No reaccionaba, maltrecha se acostó a su lado. Savarito soñó, antes de que se fuera, quien sabe a donde, con un sol o una luna llena nueva. Tarde. No vio el huevo frito –así le llamaba– en el horizonte. No lo hubo. Eclipse. Ocaso.
Salva, cabrero de saber las cuatro reglas, de eso de planetas que vampirizan de cuando en cuando el sol, no sabía nada. No veía tele.
Le robaron su luz de amanecer. Sólo la luna, mucho mas tarde, contempló su cadáver. Era casi llena. Como su vida que nunca fue vida. Después, el sol se desveló. Rotundo. Salva yacía al lado de un campo de alfalfas, junto a aquella mirada clara, llorosa, de cabra. Campo, antes yermo, ahora verde que te quiero verde. Él, desmadejado y sin una alpargata. La perdió. Cayó en su desamparo de acequia con ojos de brótola. Pudo reponerse y llegar a la covacha. Nunca convivió nada más que con las cagarrutas de su miseria. Olor a chotuno. Al final del día, con el sol restallan, yacía en un lecho de mierda. Cuando llegaron los guardias civiles, aún le lamía la cara una cabra. No sabían su nombre. En el cielo, el sol reculaba festoneando el celaje, y un huevo, aún no frito, apenas escalfado, alumbraba el mundo que él ya había abandonado. Lloraba. Fue un día radiante que se perdió para siempre.



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